Hoy vamos a hablar de la neurociencia de la personalidad, de cómo las neuronas forman nuestra narrativa, nuestra historia, la que nos contamos a nosotros mismos o queremos que los otros perciban de nuestra persona. Hoy hablamos sobre la primera impresión. Empecemos con una pregunta, cuando vemos por primera vez a alguien, ¿qué es lo primero que miramos? ¿Qué es lo primero que nos llama la atención? La cara, los ojos, la boca, los zapatos… La neurociencia nos dice que lo primero en lo que nos fijamos de forma totalmente inconsciente son las manos. Esto tiene mucho que ver con la genética, a través de las manos algo nos dice si son amigos o enemigos, si son agricultores o son guerreros. ¡Esta percepción inconsciente tiene una enorme carga genética! Curioso, ¿no?
Cuando no vemos las manos de una persona que acabamos de conocer, a nuestro cerebro le falta información importante, esencial para hacerse una composición de la persona, sin ver las manos nuestro cerebro no identifica las intenciones, así de fácil. Se hizo un estudio científico analizando los discursos que más impacto han tenido en el público y que más emocionantes han resultado y se llegó a la conclusión de que los que más éxito registraron entre los asistentes fueron aquellos que realizaron más gesticulaciones con las manos. Para ser exactos en 20 min más de 470, mientras que los menos comunicativos, por no decir los menos emotivos y contagiosos, solo hicieron 250, es decir, la mitad.
La comunicación a nivel subconsciente es la comunicación no verbal y cuando estamos ante un público, sea pequeño de 4 personas o grande de más de 100 o multitudinario, la comunicación no verbal se fundamenta en la comunicación con las manos. Tiene sentido si sabemos que tenemos una predisposición genética a identificar quién es amigo o enemigo a través de las manos. El cerebro presta mucha más atención cuando hablamos con las manos, de hecho, 12 veces más.
Después, de forma consciente, en lo siguiente que nos fijamos siempre es en los ojos o la boca, por una compleja razón: en la retina, en su zona central, en solo aproximadamente el 2% de su superficie total es donde se concentran el mayor número de fotorreceptores, que son los encargados de transferir al cerebro toda la información en aproximadamente entre 150 y 300 milisegundos, y se centra esencialmente en el centro de la cara de la persona que tenemos en frente, todo lo demás fuera de ese campo de visión central queda un tanto difuminado en el momento en el que captamos la imagen. Como seres inteligentes, estamos de forma constante mandando mensajes a nuestro interlocutor, mensajes codificados en lenguaje no verbal que, de forma inconsciente, establece automáticamente un perfil, bueno o malo.
Formamos con nuestro lenguaje, nuestro idioma no verbal, un vocabulario emocional, pero también químico que ocupa un 50% de la formación del perfil e imagen de la persona que está frente a nosotros.
¿Sabéis que el miedo se puede oler? No en un sentido figurativo, sino literalmente, incluso los animales lo hacen. Lo cierto es que, junto al sentido del oído, el olfato es el predominante en un perro, por ejemplo, estos dos sentidos ocupan casi el 90% de su capacidad cerebral, nosotros en cambio, tenemos un lenguaje de signos y señales mucho más desarrollado que los animales, una mayor gama de posibilidades donde nuestro cerebro necesita muchos recursos, pero también podemos oler el miedo, es decir, olemos las emociones del otro. Si podemos oler el miedo, en misma forma podemos oler la confianza. Eso es un buen dato, ya que la confianza es muy contagiosa.
Otra forma de captar las emociones de las personas que conocemos son las micro expresiones faciales. El Dr. Ekman las estudió y escribió un libro y desarrollo un mapa facial de emociones que durante mucho tiempo se utilizó en diferentes contextos, incluso en protocolos de seguridad nacional de EEUU durante muchos años. En él, describió seis emociones primarias universales, hoy sabemos en estudios muy recientes que en realidad solo hay una emoción universal que se llama la ‘repugnancia’, quizá en algún futuro artículo entremos más en profundidad sobre este tema fascinante. Lo cierto es que nuestro cerebro registra una micro expresión facial antes de sentir la emoción que genera, es decir, nuestro inconsciente lee perfectamente la emoción que se esconde detrás de un gesto facial antes incluso de que seamos capaces en nuestro ‘cortex prefrontal’ de analizarlo conscientemente y sacar conclusiones razonables.
Otro lenguaje universal no verbal, podríamos decir, es la sonrisa, la sonrisa auténtica, ya que nuestro cerebro podrá saber perfectamente qué sonrisa es sincera y cuál es forzada. El primero que realizo un estudio completo de la sonrisa fue el Dr. Duchenne y el estudio se hizo universal, de hecho lo llamamos la sonrisa de Duchenne, ya que identifico a nivel neuronal como el cerebro interpretaba una sonrisa a través de las micro expresiones faciales. De hecho, una sonrisa auténtica es mágica, dispara la oxitocina y hace verdaderas maravillas en nuestra química cerebral, es como música celestial para nuestras vibraciones positivas.
Además, está en nuestro ADN, las personas invidentes de nacimiento jamás han visto una sonrisa, sin embargo, sonríen y generan las mismas emociones que los que pueden ver.
Algo que es muy llamativo y que seguro no habréis leído, es que también nos formamos un perfil prácticamente inmediato de una persona que acabamos de conocer por como decimos ‘HOLA’. Nuestro cerebro es capaz de sintetizar la fonología de la entonación cuando decimos esta palabra, de hecho, sabemos que esa palabra a nivel químico cuando la decimos por primera vez a una persona, si la percibimos de forma positiva, dispara nuestra dopamina, que sabéis que es el neurotransmisor del placer y de la recompensa.
Cuando decimos ‘HOLA’, estamos de forma inconsciente emitiendo mucha información a nivel químico, para daros una idea puede ser hasta el 40%.
Como veis, los perfiles que nos formamos de las personas que acabamos de conocer se forman por muchos factores, casi todos ellos de forma inconsciente. La química del cerebro, las emociones y los gestos son los que en menos de un segundo establecen si vamos a tener una conversación positiva o sencillamente, si vamos a tener una conversación de compromiso e intrascendente. Toda esa información nuestro cerebro la recibe a través del nervio óptico. Quien realmente ve no es el ojo, es nuestro cerebro, ¡el ojo es el mensajero! Tal vez te preguntes cómo. Pues bien, un tercio de nuestra capacidad cerebral se dedica exclusivamente a procesar la visión; colores, luz, volúmenes, profundidad, distancia y a interpretar… Digamos que capta fotones que se transforman en señales eléctricas y se transfieren al cerebro.
Tened en cuenta que vivimos en un mundo extremadamente variado en inputs y visualmente muy excitante, en cada retina hay más de cien millones de fotorreceptores que reciben aproximadamente 70 millones de gigabytes de información por segundo, ¡alucinante! Pero de esos 70 gigabytes digamos que el nervio óptico solo transfiere 1 megabyte por segundo, la velocidad de Internet, y en ese contexto, en menos de pocos segundos, nos formamos la idea de perfil de la persona que tenemos enfrente.
Aun así, no toda la información se puede sintetizar, el cerebro cuando le falta información, como es el caso, recurre a un proceso que se llama ‘relleno’. El cerebro acude a distintos recursos para rellenar por sí mismo la información que falta para hacerse la foto completa de la persona, es decir recurre a experiencias pasadas, a olores, a posturas, a nuestra propia huella genética y a nuestra memoria a largo plazo. Complejo ¿no? Seguimos… Digamos de forma muy sencilla que toda esa información, donde participa más del 30% de nuestra capacidad cognitiva y cerebral, viaja a una velocidad inmensa a un núcleo en la profundidad de nuestro cerebro que se llama ‘amígdala’, responsable de analizar toda esa información que, de forma inconsciente, ya identifica el estado de ánimo, si es amigo o enemigo antes incluso de que de forma consciente podamos decidir.